Introducción

Los objetos nos invitan a hacer cosas con ellos. Los objetos nos generan admiración (obra de arte, piedra preciosa), repulsión (una inmundicia en el mar), curiosidad (algo desconocido), amor (pertenencia de una persona admirada), devoción (imagen de un santo), impotencia (el aparato electrónico que no nos responde), rabia (el coche que no arranca), seguridad (el despertador que me garantizará no perder el avión), etc. Incluso hablamos del «objeto pasión», un término que Jean Baudrillard usó para describir lo que mueve al coleccionista. Todo esto es el resultado de la capacidad de agencia que tienen los objetos, su capacidad de afectar. En este sentido, son lo que Bruno Latour denominaba «actantes», cualquier cosa que cambie con su incidencia un estado de cosas; todo lo que actúa o mueve a la acción, ya sea humano o no humano.

En los mitos, cuentos y creencias ya se concede tradicionalmente poder a ciertos objetos, el «poder carismático» en términos de Max Weber: la espada de Lohengrin, la varita mágica de las hadas, los talismanes… Esta agencia otorgada a determinados objetos en el mundo creencial no es más que una resonancia amplificada de la experiencia que se tiene en la vida cotidiana con los flujos afectivos entre el cuerpo y los objetos, se sea o no consciente. El cetro del rey no es sólo un símbolo, sino que también ayuda a sentirse rey a quien lo empuña. Lo sabemos muy bien en lo que se refiere a la indumentaria. Un uniforme ayuda a generar los sentimientos que asociamos con lo que representa; contribuye, por ejemplo, a que uno se sienta médico, policía, presidiario, conserje, etc.

Se dice que la asignación de un atributo a un objeto modifica su naturaleza. Así, en el reino de lo sagrado, un altar no es lo mismo que una mesa. Pero de hecho, según la perspectiva posthumanista, lo que se modifica no es la naturaleza de los objetos, sino el tipo de relaciones que establecemos con ellos. Las «cosas» devienen «objetos» al ser definidas, nombradas, incorporadas a la esfera experiencial del individuo (Leeuw, 2008: 222). Esto implica relacionalidad: los objetos son definidos por los sujetos y los sujetos por los objetos.

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Estamos literalmente rodeados de objetos. Los hacemos, los usamos, los intercambiamos y cuando ya no los consideramos necesarios nos deshacemos de ellos. Algunos, como las obras de arte, los admiramos. A otros les otorgamos un gran valor simbólico, personal o colectivo. También los hay que son indiferentes nos repugnan. Pero aparte del hecho de que les demos mayor o menor importancia, los objetos, en un número inmensurable, están con nosotros a todas horas del día. Nacemos con la ayuda de objetos y cuando morimos les confiamos nuestros restos.

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Los objetos, como los seres vivos, también tienen su biografía, su itinerario. Con un papel blanco, que de hecho ya tiene su itinerario anterior en el proceso de elaboración, se imprime una hoja de periódico. Con esta hoja, después de leerla puedo hacer una pajarita que le daré a la niña para que juegue. Cuando se haya cansado de jugar, esa hoja de papel dejará de ser un pájaro para convertirse en una bola informe que terminará en el contenedor de reciclaje; y aún podríamos continuar con el itinerario potencial de esa hoja de papel, ya como desecho.

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Las líneas de separación entre objetos y personas son culturalmente variables, y no se entienden de la misma manera en todas las sociedades (Hoskins, 2006: 74) e incluso hay diferencias entre niños y adultos en una misma sociedad. Se pueden considerar los objetos como si fueran vivos, con sentimientos y conciencia (animatismo), así como hay creencias para las cuales los objetos poseen un alma (animismo). En ciertos contextos, las personas parecen adquirir atributos de objetos y los objetos de personas. Piénsese en el caso de la esclavitud por la que los humanos, entendidos como posesión, se compran y se venden.

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Sin objetos, la sociedad no existiría tal como la conocemos. Con los objetos expresamos amor, obligación, creencias, intercambio, comercio, riqueza y pobreza, trabajo y ocio, reglas, guerra… Y más allá de la mera expresión, con los objetos materializamos todo aquello que nos hace hablar de los individuos como seres sociales.

Los objetos son co-productores de la vida social. ¿Qué sería de la mayoría de los humanos modernos sin este objeto que llamamos reloj? Más allá de las tecnologías, desde el primer reloj de agua o de sol hasta los relojes atómicos más sofisticados, no se puede dudar de que haya habido otro objeto que haya incidido tanto en las relaciones sociales. Para bien y para mal, somos prisioneros de los horarios, y cuando organizamos nuestras vidas, otorgamos al tiempo mecánico del reloj preferencia sobre el tiempo subjetivo. Los objetos son el cemento de la sociedad.

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Los seres humanos adscribimos poder a los objetos. Pensemos, por ejemplo, en el talismán, la escritura de una propiedad o el dinero. Pero más allá de los casos particulares en los que se les concede el poder por razones simbólicas, es decir, no por lo que son materialmente sino por lo que representan (un poder espiritual, reconocimiento legal de una propiedad, el equivalente en oro), todos los objetos, al igual que los seres vivos, tienen la capacidad de vehicular agencia, es decir, de afectar.

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Cuando hablamos de agencia nos referimos a los efectos que una entidad cualquiera tiene sobre otra. Así, por ejemplo, si yo caminando por un sendero forestal aparto una rama caída que obstaculiza mi paseo, la afecto. La afecto en virtud de mi capacidad de agencia. Yo soy el agente y la rama paciente. Pero también puedo pensar que esa rama me afectó. Al interponerse en mi camino generó en mí una reacción que me hizo actuar. La rama hizo de agente y yo de paciente. Y hechos como éste en los que yo afecto o bien soy afectado constituyen la base de la vida.

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A diferencia del humanismo tradicional en el que sólo se reconocía el poder de agencia a los seres humanos, en la teoría posthumanista se reconoce a todo ser vivo o inerte la capacidad de vehicular agencia. No en vano decimos que una obra de arte o cualquier otro objeto nos cautiva. El verbo cautivar es la mejor indicación de que estamos hablando de agencias, es decir, el efecto o poder que algo ejerce sobre nosotros; nos atrae como la fuerza de la gravedad atrae los cuerpos.

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En términos de agencia, no se pueden hacer distinciones absolutas entre humanos y no humanos. Es por eso que también hablamos de agencia distributiva en el sentido de que la posibilidad de ejercer agencia no debe limitarse a sus portadores tradicionales –personas humanas–, sino que debe entenderse como propiedad de todas las cosas. No hay un único sujeto en la causa de un efecto, sino que siempre hay muchas vitalidades que entran en juego (Bennett, 2010).

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Los objetos nos ayudan, nos frustran, nos enojan, nos dan placer, despiertan nuestras pasiones… Nos afectan en todos los sentidos. Pero si nos escapamos por unos momentos de esta ontología dualista que es la que acompaña a nuestra forma de pensar, podemos ir un poco más allá. No es sólo que sin ellos no podríamos vivir. Sin ellos tampoco seríamos. Es decir, sin muchas de las cosas que nos rodean, ontológicamente, este yo no podría ser. Los estudios actuales sobre ciencia cognitiva ya apuntan a la borrosidad de los límites entre el cuerpo humano, el cerebro y los objetos inorgánicos como los smartphones o relojes, de modo que estos dispositivos terminan siendo integrados en la mente, haciendo tambalear las distinciones ortodoxas entre mente-cuerpo, interior-exterior o humano-máquina (Springwood, 2014: 463). ¿Podría ser un dibujante sin su lápiz?

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Y aunque la soberbia humana nos hace sentir infinitamente superiores a los objetos, tengamos en cuenta que no es sólo que dispongamos de ellos; los objetos también disponen de nosotros porque nos afectan e influyen. De ahí la máxima de Nietzsche: «Quien poco posee, tanto menos es poseído» (2016: 40).

  • Bennett, Jane, Vibrant Matter. A political ecology of things, Durham: Duke University Press, 2010
  • Hoskins, J., “Agency, Biography and Objects”, en C. Tilley, W. Keane, S. Küchler, M. Rowlands y P. Spyer (eds.), Handbook of Material Culture, London: Sage, pp. 74–84, 2006
  • Leeuw, S. E. van der, “Agency, Networks, Past and Future”, en C. Knappett y L. Malafouris (eds.), Material Agency: Towards a Non-Anthropocentric Approach. New York: Springer, 2008 pp. 217-247
  • Nietzsche, Friedrich, Also sprach Zarathustra: Ein Buch für Alle und Keinen, Berlin: Hofenberg, 2016 [1883]
  • Springwood, C. F., “Gun concealment, display, and other magical habits of the body”, Critique of Anthropology 34/4, 2014, pp. 450-471